viernes, 10 de julio de 2009

Sueños que matan y muros inútiles.

Cada vez empiezan su trágico viaje desde más abajo. Primero fue Marruecos, luego Mauritania, ahora Senegal. Cuanto más lejos botan las pateras y cayucos, más posibilidades de morir. Mientras tanto, nosotros levantamos vallas, ponemos patrulleras, reclamamos la presencia de la Armada, pedimos a la Unión Europea que haga algo. Pero todos los esfuerzos represivos y defensivos parecen inútiles: es como intentar contener el agua del mar entre las manos. Europa es un castillo fatalmente sitiado, una pequeña isla en mitad de un océano de desesperanza. ¿Alguien cree de verdad que podemos defendernos de su necesidad? Son muchos, cada día son más y están dispuestos a intentarlo una y otra vez hasta perder la vida. Que es lo único que tienen. O casi lo único.

África es un continente trágico y en muchos sentidos agonizante. La sequía que actualmente padece ha agravado una situación ya de por sí límite y ocho millones de personas corren un riesgo crítico de morir de hambre. Sin duda los inmigrantes vienen espoleados por la miseria y la hambruna, pero no es sólo eso lo que les moviliza. Porque estos sórdidos viajes hacia las costas españolas suelen costar bastante dinero: al parecer, y dependiendo del barco y de la ruta, cada individuo paga entre 600 y 3.500 euros al traficante. Son sumas respetables, sobre todo en el contexto africano. En los pueblos de origen de donde provienen los inmigrantes tal vez hubieran podido invertir ese dinero en otra cosa. En el comienzo de un pequeño negocio, por ejemplo. No, no es sólo el hambre, ni la necesidad más elemental, lo que hace que estos desheredados de la Tierra se lancen a una aventura tan peligrosa. Yo creo que lo que de verdad les mueve es el ideal, el sueño rutilante del paraíso europeo, el brillo cegador de nuestra confortable sociedad de ricos, tal y como la adivinan en la televisión y en las películas.

Son esas quimeras, esa visión de un mundo sin duda mejor que el suyo, pero al que además la distancia dota de un carácter edénico, lo que envenena a los inmigrantes africanos.

“Seguirán viniendo y seguirán muriendo, porque la historia ha demostrado que no hay muro capaz de contener los sueños”.

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