lunes, 13 de julio de 2009

Aquellos maravillosos años.

Hoy ha sido un día especial. La primera decisión tras despertar ha sido la de bajarme al pueblo a comer. Cuando he llegado a casa, he ido a ver a mi padre a su cuarto y la verdad es que de una vez para otra noto como va perdiendo las ganas de luchar por seguir en esta jodida vida que le ha tocado vivir. Me siento egoísta, pienso que debería ser menos desprendida y pasar más tiempo en casa, quizás no serviría de mucho, pero se me parte el alma, cada vez que mi padre me pregunta, te quedarás a dormir? y no es así. Mis visitas cada vez son más fugaces.

Si hay una cosa de la que mi padre siempre se queja, es de que las niñas ya no vienen tanto a vernos, así que me he ido al pueblo de mi hermana y con la excusa de la piscina, les he propuesto bajar a ver a los abuelos después, han accedido gustosamente y desde ese momento, yo he pasado a ser una niña más.

Hemos estado en el agua hasta salir arrugadas, sigo conservando mi habilidad para hacer volteretas. Me sienta un poco peor que me salpiquen aunque al menos todavía sumerjo la cabeza dentro del agua sin miedo a perder el moldeado.

Hemos merendado bocadillo de Nocilla y galletas con mantequilla y azúcar. Jugado al aro y al calderón. Y cuando la tarde estaba a punto de terminar, me han ofrecido unos libros para llevar al Sahara y cuál ha sido mi sorpresa cuando he visto este.


Casi puedo asegurar que este fue mi primer libro de lectura, he ido pasando páginas y mi sobrina alucinaba de como todavía me podía acordar de lo que iba pasando hoja por hoja, pasé muchas tardes con Borja (cuya madre olía a manzana) y su osito Pancete, que jugaban a los piratas y su tesoro eran los lápices de colores y las bolas de cristal, cuando lo encontraban siempre lo celebraban cantando una canción:

Por el mar de las Antillas
anda un barco de papel.
Anda y anda el barco, barco,
sin
timonel.
Pasan islas, islas, islas,
muchas islas, siempre más,
anda y anda el barco, barco,
sin descansar.

Sin duda ha habido otros libros que marcaron mi infancia, como "Fray Perico y su Borrico", uno que no recuerdo como se llamaba pero era de dibujar números y que de vez en cuando me propongo rebuscar por algún viejo cajón para encontrarlo y "La Biblia", me la regaló mi padre porque la necesitaba en el colegio, fuimos a comprarla juntos y yo elegí la que más me gustó. Algunas noches la leía, pero otras muchas, cuando oía a mi padre llegar, la cogía y hacía que estaba leyendo, me daba el beso de buenas noches y se iba tan orgulloso. Ahora la que va a su cuarto a darle el beso soy yo y me voy tan orgullosa como se iba él, aunque cada vez me cuesta más mantener la sonrisa al alejarme.

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