sábado, 24 de noviembre de 2012

Me equivoqué contigo!



Hice mal la elección cuando tocó hacerla, hice un malísimo cálculo de lo que me esperaba y decidí que la entrega a la nada merecería la pena, claro, que cuando escogí yo pensaba que no habría pena ninguna.
Al tiempo me doy cuenta de lo poco que rentó aquel pago a base un sangrado de poemas, si yo hubiera sabido que mi única ventaja sería un par de meses alimentada con malas compañías qué diferente todo, hasta el entretejido de la rutina laboral hubiera sido distinto.
¿Y es que acaso no sabías? ¿Tanto tardaste en ver quién era el bueno, quién el feo y quién el malo de la historia? ¿O es que preferiste las manos semiabiertas a las cerradas por abrir? Que al final no sirve acordarse y decirse improperios sobre todo si cada dos tardes recuperas el tiempo perdido perdiéndote tú entre lugares sagrados y cuentos, mirándote a los ojos, reconociéndote en otros, siendo, no digo amado, pero sí apreciado.
Y así los cabezazos que te darías contra la pared se convierten en risas en esa pequeña esquina donde se habla de cosas inútiles y bellas, inútiles como dar tiempo a quien no te lo dará y bellas como entregar misterios a quien querrá descifrarlos.


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